Lametones
Así transcurrieron las cosas hasta que, una noche, la niña despertó gritando tras sufrir una pesadilla particularmente intensa. Escuchó que Rocky gruñía y sacó el brazo de debajo de las sábanas. En unos instantes sintió los lametones sobre su piel, que se prolongaron durante muchos minutos, y concilió de nuevo el sueño.
Por la mañana, cuando encendió la luz tras despertarse, contempló un espectáculo dantesco: Rocky estaba encima de un charco de sangre. Su cabeza colgaba, prácticamente seccionada, y sus tripas cubrían la alfombra. En la pared, junto a la cama, estaba escrito con sangre: «No solo los perros lamen».
Una criada encontró a Sophie aovillada en un rincón de la habitación. Se restregaba las manos desquiciada y repetía una y otra vez: «¿Quién lamió mi mano?, ¿quién lamió mi mano?, ¿quién lamió mi mano?». Poco después la encerraron en un sanatorio.
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